La tarea de promoción es un trabajo tan duro como el de escribir pero con una diferencia fundamental: mientras que el acto de crear requiere una actitud de concentración en uno mismo (o dicho con otras palabras, cuando escribes lo haces tú solo) la promoción requiere que te relaciones con cuántas más personas mejor y a través de todos los medios disponibles. El Difunto de las Cien Viudas es el producto como novela de horas de trabajo en solitario, y su promoción comercial requiere comunicaciones con blogs literarios, radios, revistas, redes sociales, preparación de presentaciones...
La promoción te obliga a desarrollar habilidades distintas a las que se necesitan para crear una obra literaria. Hay que cambiar el teclado del ordenador por el micrófono, la pantalla por las caras del público, el pijama por la chaqueta y la camisa. Tienes que posar para las fotos, moverte en redes sociales y buscar todo tipo de iniciativas imaginativas para dar a conocer la obra. En mi caso, una de las más gratificantes fue entrar en los estudios de Radio Utopia para grabar la versión en audio del primer capítulo de El Difunto de las Cien Viudas junto con la actriz de doblaje Rosa García.
El contacto directo con las personas es el aspecto de la promoción que más emociones suscita. La conciencia de que hay un auditorio dispuesto a prestarte su atención durante unas decenas de minutos enciende un gusanillo en el estómago que se acaba convirtiendo en el momento de hablar en un flujo de palabras, al principio nerviosas, luego ilusionadas por provocar el interés y la sonrisa de las personas que asisten al evento. Esta fue, a grandes rasgos, mi experiencia en las dos primeras presentaciones de El Difunto de las Cien Viudas, la primera en la sala Garbel en el madrileño barrio de Chueca, y la segunda en el Pub Kaché en la localidad vallisoletana de Portillo. Luego cada firma, cada efímera charla con cada lector que acude a que le firmes un ejemplar, tiene su pequeña magia.